Conversaciones y novedades

Eternamente presente: Octavio Paz a cien años

Manuel Gutiérrez Silva

Año

2014

Personas

Domínguez Michael, Christopher; Silva Herzog Márquez, Jesús; Meidl, Martina

Tipología

Controversias

Temas

Recontextualizaciones

 

Octavio Paz, 1996. Fotografía de Miguel Ángel Merodio

Dos décadas después de la muerte de Octavio Paz, estudiosos en humanidades y ciencias sociales siguen discutiendo sobre cómo definir su legado. Lideran este animado debate las preguntas sobre si la evolución política de Paz fue una cuestión de integridad de principios u oportunismo llano y si su célebre poesía ha tenido algún impacto significativo en la literatura mexicana contemporánea. Aunque las opiniones puedan estar divididas, la existencia de estas disputas refleja lo que el crítico Jesús Silva Herzog Márquez ha apuntado: “[Paz] no desparecerá del horizonte cultural de México, nunca nos será indiferente”.[1] La evidencia que confirma esta afirmación lapidaria se puede encontrar en las numerosas biografías, monografías y volúmenes editados que salieron a la luz en México, Estados Unidos y Europa durante las conmemoraciones del centenario de Paz (2014-2015). Dado que realizar una revisión exhaustiva de estas publicaciones es imposible, lo que aquí sigue es una breve discusión de cinco libros que reevalúan la vida y obra del único Premio Nobel de Literatura de México.

Octavio Paz en su siglo,[2] de Christopher Domínguez Michael, es una "apología" en voz alta de lo que él llama la “jefatura espiritual” de Paz. Si en algún momento Paz fue admirado por haber dimitido como embajador en protesta por la masacre estudiantil de 1968 en Tlatelolco, en sus últimos años su reputación enfrentó serias críticas desde las diferentes posturas del espectro ideológico. La compleja relación de Paz con el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-94), sus vínculos con el conglomerado mediático Televisa y su implacable crítica a la izquierda mexicana fueron duramente escudriñadas por la prensa. Sin embargo, según Domínguez Michael, estas críticas tergiversaron injustamente el compromiso general de Paz con la democracia mexicana. Con la esperanza de situar y reevaluar adecuadamente los desconcertantes lazos y las posiciones políticas del poeta, Octavio Paz en su siglo ofrece la primera crónica integral hasta la fecha de la vida de Paz. A lo largo de doce capítulos los lectores ahondan en los eventos más significativos de su larga carrera, incluyendo episodios de su niñez (capítulo uno); el viaje que realizó a Yucatán como maestro rural en la década de los años 30 (capítulo tres); su matrimonio con Elena Garro y su viaje a la España de la Guerra Civil donde Paz se relacionó con intelectuales como Pablo Neruda, César Vallejo, André Malraux, Antonio Machado, Vicente Huidobro y Rafael Alberti (capítulo cuatro); escenas de su carrera como joven diplomático viajando por México, San Francisco, Nueva York y París —donde se conecta con Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Benjamin, Péret, André Breton y otros Surrealistas (capítulos cinco y seis); y su primer viaje a la India, Tokio y posterior regreso a México—siendo ya el aclamado autor de El laberinto de la soledad[3]— después de una ausencia de nueve años (capítulos siete y ocho).

Aunque el tomo de Domínguez ofrece pocas revelaciones sobre la temprana vida itinerante del poeta y su posterior ascenso al culmen literario, su objetivo al revisar estos episodios es trazar la evolución política de Paz desde su postura de simpatizante de la izquierda hasta la de incondicional liberal. Así, a lo largo del camino se nos presenta a un elenco de izquierdistas desencantados cuyo pensamiento poco ortodoxo alertó a Paz sobre los peligros de una ideología no examinada. En España, por ejemplo, Paz leyó el muy criticado Retour de l'U. R. S. S. de André Gide (capítulo cuatro). Mientras que muchos izquierdistas descartaban al libro como propaganda imperialista, Paz silenciosamente tomó nota. Tiempo después, las reservas del poeta se vieron reforzadas por una camarilla de “maestros antitotalitarios” de izquierda cuya independencia intelectual, según Domínguez Michael, se convirtió en la columna vertebral del propio pensamiento político de Paz.[4] Entre ellos se encontraban el escritor revolucionario ruso Víctor Serge, el novelista francés Jean Malaquais, el misterioso anarquista catalán José Bosch Fonserré y un gran amigo de Paz, el filósofo marxista griego Kostas Papaïoannou. Al destacar la relación del poeta con estas figuras, Domínguez conecta a Paz con una tradición de desilusión ante la Guerra Fría y argumenta que el desencanto de Paz no fue una mera inversión oportunista, sino que fue similar al de otros izquierdistas de principios.

Antes de que Paz conociera a este elenco de disidentes internacionales, en México se relacionó con el poeta y crítico mexicano Jorge Cuesta, quien tuvo el mayor impacto en la formación política de Paz (capítulo dos). En el pasado, Domínguez Michael escribió extensamente sobre el liberal inconforme —Jorge Cuesta y el demonio de la política[5] y Tiros en el concierto[6]— por lo que está bien preparado para evaluar cómo Paz modeló su propia heterodoxia política a partir del “método” de Cuesta.[7] Según Domínguez, durante la década de 1930 Paz se vio expuesto a la acalorada defensa de Cuesta sobre los valores liberales. Su persistente ataque al dogmatismo marxista y su apoyo a la autonomía de la Universidad Nacional fue un ejemplo que Paz nunca olvidaría. Más importante aún, Cuesta le hizo ver al joven poeta la disparidad que existía entre sus simpatías comunistas y sus preferencias estéticas. Esta idea dio forma a las opiniones de Paz respecto a la libertad de expresión. Años más tarde, él mismo describiría esta gran brecha entre la política y la estética como la marca distintiva de su generación: “En el siglo XX esa escisión se convirtió en una condición connatural: éramos realmente almas divididas en un mundo dividido. Algunos logramos transformar esa hendedura psíquica en independencia intelectual y moral”.[8] En el camino de Paz a Damasco, Cuesta le iluminó el sendero.

Según Domínguez, Paz abrazó el legado crítico de Cuesta y lo combinó con las lecciones de sus otros “maestros antitotalitarios”. Esto se hace evidente en 1951 cuando Paz publicó “David Rousset y los campos de concentración soviéticos” (capítulo dos). El artículo de Paz—un relato temprano de los campos de concentración soviéticos—y el dossier que lo acompañaba, que contenía las crónicas de Rousset traducidas, demostraron la voluntad de Paz ante la defensa de posiciones políticas impopulares. Según el caso expuesto por Domínguez, el artículo, publicado en la famosa revista literaria argentina Sur, le ganó a Paz la ira de la izquierda latinoamericana y señaló el comienzo de una escisión que sólo se profundizaría con el tiempo. En el futuro, Paz disfrutó de su papel de inconformista y este episodio temprano ya predecía muchos de los debates que Paz tendría con notables izquierdistas como Carlos Monsiváis, Roger Bartra, Enrique Semo y Arnaldo Córdova (capítulo once).

Con la postura de oposición de principios de Paz establecida, la segunda mitad de Octavio Paz en su siglo traza sus últimas tres décadas en el escenario cultural y ofrece la defensa más apasionada de Paz que hace Domínguez (capítulos diez, once y doce). Según el autor, a pesar de las críticas de Paz a la izquierda, fue durante este periodo cuando, paradójicamente, el mexicano estuvo más cerca y más lejos de la izquierda.[9] Por ejemplo, a principios de la década de 1970 se unió al reconocido filósofo Luis Villoro, al novelista Carlos Fuentes y al ingeniero civil Heberto Castillo en un intento de fundar un nuevo partido político de izquierda. En palabras de Paz, el objetivo era crear una alternativa de “tercera vía” que pudiera modernizar a la izquierda mexicana y que abogara por “la independencia económica, la justicia social y la libertad política”.[10] Sin embargo, mientras el partido que Paz imaginó, con el tiempo se convertiría en el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), el escritor eligió participar en la democratización de México de una manera diferente. En su lugar, se alejó del activismo político y bajo la influencia de un nuevo círculo de colaboradores, entre ellos el liberal Gabriel Zaid, el poeta creó Plural (1971-1976) y posteriormente, Vuelta (1976-1998) —las revistas culturales más significativas de su época. Desde esta plataforma, Paz ejerció lo que Domínguez Michael elogia como su “jefatura espiritual” —una especie de liderazgo cultural y moral cuya fueza se extendía más allá del ámbito literario (capítulo once). Poco a poco, la influencia de Paz llegó a otros medios de comunicación, incluyendo la televisión. Invitado por Televisa para comentar sobre una variedad de temas culturales y políticos internacionales, según Domínguez Michael, el deseo de Paz de ser una presencia más visible en la transición de México a la democracia, señaló otra “ruptura” entre Paz y la izquierda latinoamericana. Muchos intelectuales, tanto amigos como enemigos, vieron la participación de Paz en Televisa como el momento en que fue seducido por el emergente poder político corporativo de México de las décadas de los 80s y 90s.

Sin embargo, según Domínguez Michael, la separación de Paz de la izquierda nunca fue un divorcio absoluto. Octavio Paz en su siglo se opone a los ataques simplistas acerca de las posiciones políticas de Paz, tan frecuentes en la prensa. En su revisión, el poeta no es un “conservador” ortodoxo ni un ideólogo “neoliberal” como algunos han sugerido. Por ejemplo, en Aire en libertad: Octavio Paz y la crítica[11] —discutido también en esta reseña—, Rafael Lemus argumenta que los esfuerzos editoriales de Paz introdujeron la ideología neoliberal en la esfera pública mexicana (“Editando el neoliberalismo: Vuelta en los años ochenta”). Pero, de acuerdo a Dominguez Michael, inmerso en los debates de la Guerra Fría que dieron forma a su generación, la aversión de Paz a los tópicos izquierdistas se basaba en una considerable consternación por los errores pasados de la izquierda. De esta forma, Domínguez Michael cree que las posiciones políticas de Paz estaban ligadas a su “jefatura espiritual”. Paz creía que era su responsabilidad recordar a la izquierda mexicana lo que él llamaba su “pecado” original: “Ese pecado nos ha manchado y, fatalmente, ha manchado también nuestros escritos. Digo esto con tristeza y con humildad”.[12] Como intelectual de principios, Paz creía que señalar esos errores era precisamente su papel. 

Sin embargo, uno se pregunta si la interpretación de Domínguez Michael acerca de la “jefatura espiritual” de Paz es demasiado generosa. Octavio Paz en su siglo da la impresión de que el malentendido que se produjo entre Paz y “la izquierda” fue el resultado de una falta de voluntad para reconocer a Paz como compañero de viaje. Lo que falta en el argumento de Domínguez Michael es la posibilidad de que Paz también distorsionara la capacidad de la izquierda para criticar rigurosamente su propio pasado y que pareciera ansioso por agrupar a la izquierda en un solo bloque homogéneo. Como muchos estudiosos han señalado, Paz ignoró que la izquierda mexicana estaba constituida por un grupo diverso de activistas sociales que tenían poco que ver con el comunismo soviético. Héctor Aguilar Camín piensa que el malentendido fue de desprecio mutuo:

Su desencuentro con la izquierda mexicana […] se debió en gran parte a que nadie entendió aquí, dentro de la izquierda ni fuera de ella, que Paz hablaba contra la revolución y contra el socialismo real con celo de antiguo creyente. Paz no tuvo el cuidado, la destreza o la humildad de ejercer su crítica contra la izquierda y contra el socialismo recordando su fervor de muchos años por la Revolución de Octubre (con mayúsculas). No habló de eso con claridad . . . Creo que una pedagogía pública más explícita de su camino de Damasco hacia el desengaño de Revolución habría facilitado el diálogo con la izquierda, o al menos, lo habría puesto en su verdadera lógica histórica.[13]

La reconciliación de estas opiniones divergentes está más allá de los límites de esta revisión. Aun así, es importante señalar que para Aguilar Camín, la culpa de este malentendido recae sobre ambos lados de la discusión. La “defensa” de Domínguez Michael podría resultar más convincente si explorara este desencuentro desde un punto de vista sobrio y ecuánime. Esto requeriría, no una “apología”, sino una investigación matizada que cuestionara la propia interpretación de Paz sobre su relación con la izquierda.

Dar cuenta de cada decisión intelectual, artística y política en la carrera estelar de Paz, como lo intenta Domínguez Michael, resulta casi imposible. De hecho, la biografía como género enfrenta sus límites con figuras de la talla del poeta mexicano. Crónicas exhaustivas podrían, sin querer, perpetuar las tergiversaciones y socavar cualquier “defensa” sería Paz: la avalancha de información es excesiva para que un autor le dé un sentido coherente. Esto se hace evidente cuando Domínguez Michael cede la tarea de biógrafo al propio Paz y cita largos pasajes de las propias memorias y ensayos del poeta con poca o ninguna interrupción. Tomemos por ejemplo la extensa crítica de arte que escribe Paz. En un intercambio fascinante, Paz le confesó a Domínguez Michael la gran estima que tenía por sus intervenciones en el mundo del arte:

Cuando lo llamé para felicitarlo por el Premio Nobel, le pregunté con debida obviedad si estaba contento, me dijo que sí, desde luego, pero que había otras cosas en su vida reciente que lo habían hecho más feliz. Yo pensé que hablaría de la caída del muro de Berlín […] todo ello tan reciente pero no fue así: me dijo que Los privilegios de la vista lo habían colmado de felicidad.[14] 

A pesar de esta sorprendente admisión —donde coloca la exposición artística que fue curada usando los ensayos de Paz sobre el arte al mismo nivel de ganar el Premio Nobel— Domínguez Michael pone poca atención en la escritura de arte de Paz. En lugar de discutir el contexto cultural o incluso ofrecer alguna indicación sobre lo que los ensayos de arte de Paz revelaban acerca de la trayectoria política que Domínguez Michael ha estado describiendo, simplemente parafraseó y/o citó a Paz extensamente con poco o ningún comentario.[15] Aquí Dominguez Michael pierde la oportunidad de evaluar críticamente la estética de Paz como política, una clara inversión de la lección de Cuesta. Por supuesto, no se puede esperar que ningún biógrafo coincida con el amplio archivo intelectual que poseía Paz, pero éste es un ejemplo de la dificultad que supone dar cuenta de las diferentes facetas intelectuales de Paz. Especialmente cuando se trata de montar una “defensa” de sus posiciones políticas.

Por último, cabe señalar que, al trazar la trayectoria ideológica de Paz, Domínguez Michael sigue el relato del poeta sobre su vida y se basa en bosquejos ampliamente conocidos de muchos de los biógrafos más atentos de Paz, entre ellos Anthony Stanton, Enrique Krauze, Enrico Mario Santí y Guillermo Sheridan. Sin embargo, la narración de Domínguez Michael es más convincente cuando acepta su experiencia como testigo y deja de lado la pretensión de ser biógrafo. Por ejemplo, en los últimos capítulos, Domínguez Michael dialoga y explica algunas de las posiciones políticas de Paz a partir de relatos de primera mano de Paz sobre eventos de actualidad. También describe llamadas telefónicas privadas con el poeta, está presente en importantes reuniones del consejo editorial y reuniones informales (Paz incluso asistió a la recepción de la boda de Domínguez Michael). Seleccionando notas de su diario personal, Domínguez Michael comparte sus impresiones íntimas de Paz. Escrito con el fervor de un admirador, el relato de Domínguez Michael sobre los últimos años de Octavio Paz en el escenario cultural será de gran valor para que los futuros estudiosos puedan medir el tremendo impacto que el poeta tuvo en sus más próximos contemporáneos. En todo caso, más que organizar una defensa exitosa de Paz, el libro de Domínguez Michael refleja el profundo amor que Paz inspiró en algunos de sus colaboradores más cercanos y termina su libro de seiscientas cincuenta y una páginas con una confesión: “a Octavio, lo amamos”.[16] 

Si bien la biografía de Domínguez Michael no ofrece nuevas revelaciones sobre los primeros años de la vida de Paz y se acerca demasiado a su tema como para ofrecer un relato imparcial de la evolución política del poeta, en El misterio de la vocación,[17] Ángel Gilberto Adame pinta un retrato desconocido de los años formativos de Paz que nos permite verlo con nuevos ojos. A través de recortes de prensa, registros académicos y otros documentos oficiales que antes no estaban disponibles, Adame arroja luz sobre un periodo que aún no se ha comprendido a fondo. Al reducir su enfoque a la juventud de Paz, la microhistoria de este autor está en mejores condiciones de valorar la vida de Paz en la década de 1930 y de cuestionar los recuerdos “crípticos” del poeta sobre esa época.[18] Detenidos en la encrucijada de una década tumultuosa en la historia de México, descubrimos a un estudiante universitario que asiste a mítines sin ninguna afiliación política clara: Paz se hace amigo de anarquistas, comunistas y agoristas de la vieja guardia. Asimismo, vemos a un joven que se salta sus obligaciones de licenciado en derecho para recorrer los pasillos de la Facultad de filosofía y letras con su pareja sentimental, la futura novelista Elena Garro. Mientras Paz hace frente a la muerte súbita de su padre y tiene problemas con el declive económico de su familia, el inesperado primer plano de Paz envuelto en una confusión personal ofrece a los lectores una imagen más dinámica del joven poeta que el retrato osificado del viejo intelectual público al que nos hemos acostumbrado a ver.

El misterio de la vocación examina la relación de Paz con su generación. Por ejemplo, “La pandilla de Barandal” (capítulo tres) describe a muchos de los escritores olvidados que formaron parte del primer esfuerzo editorial de Paz: Barandal (1931-1932). Aunque esta revista literaria es familiar para los especialistas, hasta ahora se sabía poco sobre quiénes eran sus precoces integrantes. La viñeta colectiva que ofrece Adame de esta generación perdida pone de relieve algunas de las cualidades que dieron forma a la “vocación” de Paz. Así, se nos presenta a Raúl Vega Córdova (1912-1964), Rafael López Malo (1913-2005), Arnulfo Martínez Lavalle (1912-1967), Humberto Mata y Ramírez (1912-1954) y Salvador Toscano (1912-1949). Aunque la mayoría de los amigos de Paz abandonaron el campo literario para convertirse en abogados, diplomáticos, jueces, activistas políticos y profesores, Paz siempre los recordó con cariño, les dedicó poemas y retrató su amistad en verso. Al yuxtaponer la trayectoria profesional de estos con la de Paz, Adame proporciona algunas ideas clave sobre la formación intelectual de Paz. Por ejemplo, la disposición del escritor hacia los poetas asociados a Contemporáneos parece, por mucho, más conciliadora que la de cualquier miembro de su cohorte. A diferencia, por ejemplo, de Salvador Toscana, que descaradamente se opuso a "la generación previa", Paz se mantuvo mucho más cerca de sus mentores. Aunque sus amigos se distanciaron del grupo, Paz demostró una voluntad de reconciliar las diferencias. A partir de esta distinción, Adame discierne con perspicacia uno de los rasgos que definen a Paz: “Desde entonces se mostró afín a las causas institucionales, formando parte de la sociedad de alumnos y alejándose, poco a poco, de las luchas ideológicas y las posiciones extremas que marcaban los tiempos”.[19] Siempre reformador, la conocida fórmula de Paz “soledad y comunión” no era una mera conjetura metafórica. En ella, Paz sintetizaba las enseñanzas de sus mentores con la disposición socialmente comprometida de su propio círculo.

Además de este retrato colectivo, Adame reconstruye la carrera de Paz en la escuela de derecho (capítulos cinco y seis). Al desenterrar viejos catálogos de cursos y transcripciones, Adame desentierra las clases en las que Paz se matriculó y en algunos casos las calificaciones que recibió.[20] El historial es revelador: a pesar de la afirmación de Paz de que, a la excepción de su tesis final, completó su título (“Aunque terminé mi educación universitaria, me rehusé a presentar la tesis final, me negué a convertirme en abogado”), Adame descubre que el futuro ganador del Premio Nobel ni siquiera terminó la mitad de los cursos requeridos.[21] Pero Adame no está interesado meramente en registrar las contradicciones o deficiencias de Paz. En cambio, coloca el retiro del poeta de sus estudios de licenciatura dentro de la agitación institucional que en la década de 1930 sacudió a la Universidad Nacional. Durante la corta permanencia de Paz allí, la intervención burocrática estatal sofocó el crecimiento de la universidad y condujo a persistentes protestas estudiantiles, cierres y descontento general. El conflicto institucional junto con sus trastornos personales (el padre de Paz murió el día antes de comenzar su segundo año de clases) fueron algunas de las razones por las que Paz nunca terminó su licenciatura en Derecho. El contexto más amplio proporciona una visión más precisa acerca de la aversión de toda la vida de Paz hacia la academia y su idealización de la “independencia” intelectual.[22]

Los detalles que Adame descubre sobre la carrera académica de Paz también proporcionan una visión sorprendente de la vida cotidiana de otra autora importante: Elena Garro (capítulo siete). Mientras Paz estaba matriculado en la Facultad de Derecho, visitaba a Garro en la Facultad de Filosofía y Letras, donde ella estudiaba Literatura. Aunque Paz nunca se inscribió formalmente (hasta el día de hoy la institución afirma lo contrario), juntos se hicieron amigos de muchos de los profesores de Garro —incluyendo a Samuel Ramos, Julio Torri y Julio Jiménez Rueda— y asistieron a lecturas de autores notables como Rafael Alberti, quien siempre recordaría su encuentro con el joven poeta.[23] La imagen de la joven pareja literaria paseando por los pasillos de la facultad demuestra la temprana complicidad intelectual entre Paz y Garro. Los académicos interesados en la obra de Garro deberían revisar varios de los capítulos de esta microbiografía. Aquí descubrirán documentos reveladores sobre su matrimonio (capítulo ocho) y divorcio (capítulo nueve) y este nuevo material ciertamente alterará interpretaciones pasadas sobre la naturaleza de la relación entre Paz y Garro.

Aunque el grueso del estudio de Adame está dedicado a la década de los 30, en los capítulos finales Adame incluye una breve, pero importante excursión a ese año fundamental de la vida pública de Paz: 1968 (capítulo catorce). En esta sección se encuentra una preocupación central con respecto a la renuncia de Paz a su puesto de embajador en la India. Al revisar la correspondencia personal con amigos —Carlos Fuentes por ejemplo— mientras lee atentamente los estatutos que rigen los puestos diplomáticos, Adame revela que Paz no renunció legalmente a su cargo hasta 1971. Hasta entonces, sólo había solicitado formalmente que se le pusiera en “disponibilidad” y que se le otorgaran los derechos y beneficios que se le otorgan a esta categoría. Aunque esta nueva información no resta importancia simbólica que representada la decisión de Paz en 1968, cita adecuadamente el registro histórico y anima a los estudiosos a mirar más de cerca éste acontecimiento trascendental de la historia cultural mexicana. Además, Adame recuerda a los lectores, que Paz no fue el único burócrata que renunció en protesta, tal y como han insistido otros biógrafos —Domínguez Michae entre ellos. En este capítulo seminal Adame permanece imparcial y demuestra las virtudes de un gran biógrafo. Su narrativa matizada y mesurada ya es central para la futura investigación paceana. Los documentos que Adame descubre y el relato de los acontecimientos que rodearon la renuncia de Paz, complicarán sin duda las interpretaciones pasadas ofrecidas por los detractores y partidarios de Paz. Finalmente, a pesar de ahondar en un periodo difícil de entender en la trayectoria de Paz, El misterio de la vocación logra infundir gusto a los años formativos del escritor. De esta manera, la “defensa” que Adame hace de Paz es más productiva que el tomo de Domínguez Michael. Deconstruyendo mitos sin alzar la voz, Adame consigue dar vida a la “vocación” de Paz en lugar de limitarse a alabar su “jefatura”. Este esfuerzo más humilde permite a Adame pintar un retrato mucho más humano de Paz e invita a los futuros investigadores a reevaluar los recuerdos de Paz para encontrar al hombre detrás de esa misteriosa vocación.

Mientras que la microbiografía de Adame se centra en Paz en la década de 1930, Habitación con retratos: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz[24] reevalúa diferentes aspectos de la vida y obra de Paz hasta 1968. El volumen es la segunda parte de una trilogía ostensible que comenzó con Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz[25] y concluirá con Los idilios salvajes: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz (en preparación).[26] Dividido en cuatro secciones temáticas, el libro es un apéndice de material diverso que completa y revisa partes del estudio anterior de Sheridan: “La ira, la crica, la risa” (capítulo uno) incluye minuciosas lecturas de la poesía de Paz; “Corresponsal” (capítulo dos) resume un epistolar inédito entre Paz y Octavio G. Barreda (editor de El hijo pródigo), José Bianco (uno de los más cercanos amigos de Paz y editor de la famosa revista literaria Sur), y el poeta Charles Tomlinson (un amigo cercano y colaborador). Adicionalmente, a la luz de las revelaciones de Ángel Gilberto Adame sobre la “renuncia” de Paz (discutida anteriormente), este capítulo incluye una revisión de las afirmaciones que Sheridan ya había hecho en Poeta con paisaje y una breve sinopsis de varias cartas (“Cartas Tlatelolcas”) que Paz intercambió con Carlos Fuentes, Jean-Clarice Lambert y otras figuras notables que discuten su inminente salida de su puesto diplomático. “Cuadros de familia” (capítulo tres) revisita las relaciones de Paz con su padre, madre, hija y primo Guillermo Haro y Paz; y finalmente, “Calendarios, Calles, Casas” (capítulo cuatro) agrupa once ensayos sobre varios temas, incluyendo el papel de Paz como editor de varias revistas literarias importantes, su relación con el poeta Efraín Huerta, su interés en la experimentación con las drogas, su curiosidad por las corridas de toros y una extensa reflexión sobre los últimos días del poeta.

A diferencia de Domínguez Michael y Adame, que se centran en la figura de Paz como intelectual público prestándole poca atención al Paz poeta, en Habitación con retratos, Guillermo Sheridan ofrece una visión clave del universo poético de Paz. “La ira, la crica, la risa” (capítulo uno) presenta cuatro extensas lecturas finales que resaltan la ira volátil, el erotismo subversivo y el humor paliativo que reverbera en sus versos. Al desentrañar los temperamentos terrestres que dan forma a la voz poética de Paz, Sheridan les recuerda a los lectores lo turbulentos que pueden ser sus poemas. Por ejemplo, en el primer ensayo del ciclo (“Tráque y traquetea: la poesía y la furia”) Sheridan vincula a Paz con una tradición de invectiva poética que se remonta a Quevedo, Góngora, Lope de Vega y otros poetas canónicos. Al explorar el temperamento saturnino de Paz, Sheridan destaca la afirmación del poeta: “Soy colérico, tengo el genio irritable de los poetas.” Así, en poemas tempranos como “Ni el cielo ni la tierra” o el famoso “No pasarán”, un indignado Paz insulta la hipocresía de los ricos;[27] en ensayos rumiantes, como “Poesía de soledad y comunión”, ataca a poetas que fingen orgullo nacionalista (“los papagayos y culebras nacionalistas”); irritable y autodespreciable, en “Trabajos del poeta” se desgarra en su propio yo poético; y en sus poemas más largos, entre ellos “Petrificada petrificante”, se ríe disgustado por la explosión demográfica del país y el sistema político quebrantado. Según Sheridan, para Paz, la furia era un medio para rejuvenecer el espíritu y mantenerlo en alerta.[28] Con esto, Sheridan señala que la disposición contraria de Paz estaba tan presente en sus poemas como en sus legendarios debates con sus adversarios ideológicos.

De las cartas inéditas del autor mexicano, Sheridan también extrae ideas clave sobre la empresa poética de Paz. Trabajando a partir de los archivos de la Nettie Lee Benson Latin American Collection Library en Austin, Texas y de la Firestone Library en Princeton, en “Corresponder” Sheridan muestra el intercambio de Paz con Octavio G. Barreda, José Bianco, Charles Tomlinson, y otros (capítulo dos). Las más reveladoras son las cartas que envió a Barreda, editor de El Hijo Pródigo, y a Bianco, editor del legendario Sur. Las trece misivas de Paz a Barreda (“Cartas de un Hijo Pródigo”) complementan el retrato que Ángel Gilberto Adame ofrece en El misterio de la vocación. El joven poeta, confundido por el tumulto de la década de los 30, logra escapar a los Estados Unidos, donde vivió en Berkeley y ocasionalmente se matriculó en algunas clases en la Universidad de California (1943-1944). Estas cartas proporcionan una instantánea de un joven poeta que se ha ganado una posición en el campo cultural mexicano desde el extranjero. En ellas, Paz discute planes literarios, ofrece comentarios sobre el éxito o fracaso de ciertas revistas literarias mexicanas (incluyendo conmovedoras observaciones sobre El Hijo Pródigo), discute ensayos que está escribiendo, recomienda temas que Barreda debería publicar, e incluso comparte ideas para hacer películas. Lo más importante es que critica con franqueza el estado de la poesía mexicana y describe su primer contacto con poetas norteamericanos. Además, ofrece comentarios sobre la cultura y la política mexicana y esboza sus primeras impresiones sobre Estados Unidos. Muchas de estas observaciones son las semillas que florecerán en El laberinto de la soledad. Al minar la intimidad confesional que se encuentra en las cartas de Paz, Sheridan insinúa el proceso por el cual lo personal se traduciría en poesía y eventualmente se encontraría en las posturas públicas de Paz con respecto a la sociedad contemporánea.

Entre 1943 y 1977, Paz envió al menos cincuenta y seis cartas a José Bianco (“Concordia: Las Cartas a José Bianco”). Según Sheridan, estas cartas son las más intensas que ha escrito Paz y, por lo que revela, la crítica se sorprenderá de la intimidad e informalidad que Paz expresa en ellas.[29] Aquí discute abiertamente sus escritos más recientes, sugiere temas que Sur debería cubrir, y anima a su amigo a terminar una novela. Además, Paz comparte detalles íntimos sobre sus infidelidades y las de Elena Garro, y describe su apasionado romance con la pintora Bona Tibertelli de Pisis. Sin embargo, lo más revelador son las primeras cartas que escribe a su amigo a mediados de los años cuarenta y principios de los cincuenta, en las que se descubre el entusiasmo de un bohemio nocturno que recorre las calles de París con los surrealistas y se reúne con Sartre, Genet y otras importantes figuras de la cultura.[30] Si Paz no terminó su carrera universitaria, como Adame ha demostrado, en París completó su educación y se expuso al mundo literario que tanto anhelaba.

Sheridan concluye Habitación con retratos con una minuciosa revisión de las ideas de Paz sobre la mortalidad que le confesó a Nicanor Vélez, el joven y reservado editor legendario de la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (“Posdata”, capítulo cuatro). Al invitar a Paz a publicar sus obras completas en la prestigiosa colección, el poeta de setenta y siete años comenzó a escribir cartas a Vélez sobre este proyecto monumental. La mayoría del material esta relacionado con el trabajo de edición y en estas cartas leemos a Paz en la cúspide de sus poderes críticos revisando versos, editando ensayos y discutiendo el orden de los volúmenes. Pero dentro de este rico material, Sheridan señala que la edición de Paz se ocupa principalmente de su mortalidad y su interpretación de la muerte pasa a primer plano. Siendo consciente de sus últimos días, la reescritura de Paz se convirtió en una forma de procesar esos pensamientos e inspirar nuevas obras. Así vuelve a visitar su famoso poema “Piedra de sol”, y reflexiona sobre lo que pensaba de la muerte treinta y seis años antes y cómo expresaría esos sentimientos al final de su vida. Tal vez en el próximo tercer volumen Sheridan nos ofrezca más información sobre la vida de Paz después de 1968, el periodo que Sheridan presenció de primera mano. Su retrato de este último periodo será un complemento iluminador al que Domínguez Michael ha proporcionado hasta ahora.

Otro libro que reevalúa el universo poético de Paz y sus últimas reflexiones sobre la mortalidad es Poesía, pensamiento y percepción: Una lectura de Árbol adentro de Octavio Paz,[31] de Martina Meidl. En este libro, Meidl, una profesora de la Universidad de Klagenfurt, Austria, ofrece un estudio erudito de la última y quizás más importante colección de poesía de Paz, Árbol adentro.[32] Después de una introducción detallada que destaca la coherencia estructural de la colección, Meidl proporciona un estudio teórico preliminar que considera el lenguaje poético de Árbol adentro (capítulo uno). Según Meidl, la última colección de Paz es un compendio de los temas filosóficos que han iluminado las reflexiones poéticas de Paz. Siguiendo esta afirmación, Meidl divide su libro en tres temas principales: La relación poética de Paz con las artes visuales, su reflexión poética sobre la mortalidad y la dimensión ontológica de su poesía.

El principal interés de Meidl recae en señalar lo que ella llama las “'semioesferas' multimediales” (un término que toma de Yuri Lotman) y la sinestesia que está presente en Árbol adentro. Para Meidl, la vista es una experiencia central en el universo poético de Paz. Así, en “Écfrasis e intermedialidad: la visión del proceso semiótico en Visto y Dicho” (capítulo dos), Meidl presenta un estudio teórico de la Ekfrasis mimética o referencial donde explora cómo, a través de ella Paz describe la experiencia de ver obras de arte. Siempre entusiasta de la plástica moderna, Paz incorporó la obra de sus pintores favoritos a su universo poético. Muchos de los pintores sobre los que escribe fueron compañeros de viaje del surrealismo de mediados de siglo, así como pintores no figurativos que admiraba de cerca o de lejos. Según Meidl, el apasionado compromiso de Paz con las artes visuales fue un intento de descubrir el significado de ciertas imágenes y también un medio para crear nuevas poéticas. Esta reflexión es seguida por una lectura detallada de la sección titulada “Visto y dicho” de Árbol adentro y aplica la interpretación teórica de Miedl de Ekfrasis a los poemas de Paz, incluyendo “Fábula de Joan Miró”, “La Dulcinea de Marcel Duchamp”, “Un viento llamado Bob Rauschenberg”, entre otros (capítulo tres). En esta sección, Meidl demuestra la importancia que las artes visuales tenían para el poeta maduro.

Sin embargo, uno se pregunta por qué Meidl no aborda la pregunta más importante: ¿por qué Paz dedicaría tantos poemas al arte en sus últimos años? El interés de Paz por la pintura fue evidente durante la mayor parte de su carrera. Sin embargo, aunque Meidl profundiza en la intensidad de su aparición en Árbol adentro, nunca dibuja la conexión entre los últimos años de Paz y los poemas actuales. El contexto podría iluminar sus lecturas de la “relación” de Paz con las artes visuales. Por ejemplo, a lo largo de la década de 1980 Paz pasó muchas horas en televisión dirigiendo programas especiales sobre arte mexicano y europeo. Estos programas se basaron en la crítica de Paz al muralismo mexicano y en su relación con la Ruptura, una generación de pintores opuestos al arte figurativo. Además, Paz participó en la curaduría de importantes exposiciones de arte y esta práctica fue parte de una campaña cultural más amplia para reescribir la historia del arte mexicano. La Ekfrasis de Paz reflejó este compromiso y vinculó su fascinación personal con muchos de los debates culturales y políticos en los que participó. Y aquí está la dificultad que los estudiosos de Paz continuarán enfrentando: cómo equilibrar una lectura atenta de la obra creativa de Paz con una atención crítica a las circunstancias históricas de un poeta cuya vida pública y privada estaban íntimamente entrelazadas. En el caso de Domínguez Michael, se centra casi por completo en el contexto histórico sin prestar mucha atención a su poesía o prosa. En el caso de Meidl, se centra demasiado en su poesía sin abordar el contexto que dio forma a esta colección.

A pesar de estas reservas, Miedl tiene razón al afirmar la importancia de Árbol adentro, y que tal vez en el futuro esta colección se encuentre entre los poemarios más importantes de Paz. Su hábil lectura del tema de la muerte y de sus poemas más largos son sin duda contribuciones que serán útiles para los futuros especialistas que intentan comprender la complejidad del pensamiento del poeta. Lo más importante es que la lectura de Meidl nos recuerda que Paz tal vez estaba en su mejor momento en sus últimos años. Paz es sin duda uno de los pocos poetas que ha roto el cliché de que la poesía es un juego de jóvenes. La monografía de Meidl es ya la lectura más autorizada que se ha ofrecido hasta la fecha sobre esta colección poco estudiada.

En Octavio Paz en su siglo, Domínguez Michael lamenta que Paz siga esperando a su verdadero biógrafo. Sin embargo, después de leer estos libros, no estoy seguro que un Boswell será capaz de capturar una figura tan grande en una narrativa coherente. Quizás en el siglo XXI, en lugar de una “defensa” general del poeta, una pluralidad de voces críticas nos dará una mejor medida de Octavio Paz que la que podría dar cualquier biógrafo. Este es sin duda uno de los resultados más fascinantes de las celebraciones del centenario de Octavio Paz. A lo largo del año, sus más fervientes críticos y partidarios de todos los lados del espectro ideológico reevaluaron sus propias interpretaciones de la vida y obra de Paz. Aire en libertad: Octavio Paz y la crítica[33] de José Antonio Aguilar Rivera es un volumen importante que reúne muchas de estas reevaluaciones. Dividido en cuatro apartados —“El poeta y la crítica” (Parte 1), “El mandarín” (Parte 2), “Historia y alteridad” (Parte 3), y “El poeta y el liberalismo” (Parte 4) —el libro ofrece la oportunidad de leer opiniones divergentes y sienta un precedente para el trabajo académico futuro.

Aire en libertad incluye varios ensayos de los críticos de larga data de Paz, como Jorge Aguilar Mora, Xavier Rodríguez Ledesma y Héctor Aguilar Camín (cuyo ensayo he mencionado anteriormente). También contiene estudios de una nueva generación de paceanos que ya están dejando huella en el campo: Malva Flores y Rafael Rojas. Además, el volumen incluye ensayos de académicos norteamericanos, como Maarten Van Delden e Yvonne Grenier. Es importante señalar que el volumen no evita lecturas polémicas e incluye duras críticas a Paz de autores de izquierda —como Rafael Lemus (también mencionado anteriormente en esta reseña) y de autores de derecha como Antonio Aguilar Rivera. Sin embargo, la fuerza del libro reside en el tenor mesurado de figuras como Adolfo Gilly y el siempre apacible Jesús Silva Herzog Márquez. De hecho, Herzog Márquez sin querer resume el objetivo de la colección: enfrentar a Paz contra Paz para ver la complejidad de un pensador cuyas ideas no son fácilmente clasificables. La diversidad de opiniones es bastante refrescante y recuerda a los lectores la pasión y la atención que el trabajo de Paz sigue despertando en los académicos de muchas disciplinas.

En 1998, poco después de la muerte de Paz, con la esperanza de asegurar el legado del poeta, el intelectual mexicano Gabriel Zaid esbozó un plan de dieciocho puntos para literatos, críticos y editores.[34] La propuesta “infraestructural” de Zaid recomendaba la publicación de una Obra Completa definitiva, incluyendo la correspondencia del poeta con notables autores internacionales y otros materiales misceláneos no recopilados, incluyendo conferencias, transcripciones de entrevistas, interpretaciones musicales y representaciones teatrales de la poesía de Paz. Zaid pretendía frenar la potencial “distorsión” que suelen sufrir las grandes obras, pero también advirtió contra la construcción de un “mausoleo” que pudiera aislar involuntariamente la escritura del poeta. En cambio, animó a los lectores a ser críticos y a mantener el pensamiento independiente de Paz presente en la conversación cultural en curso. Algunos de estos proyectos propuestos se han llevado a cabo, mientras que otros aún esperan a sus autores. Mientras tanto, las publicaciones bajo revisión  —algunas más exitosas que otras— han llevado a cabo, en parte, el programa de Zaid y son un testimonio de la presencia de Paz en la conversación cultural en curso.



Este ensayo se publicó originalmente en inglés en la Revista de Estudios Hispáncios 51, 2017 y se puede consultar aquí


NOTAS

[1] José Antonio Aguilar Rivera, Aire en libertad: Octavio Paz y la crítica. México, Fondo de Cultura Económica, 2015, p. 225

[2] Christopher Domínguez Michael, Octavio Paz en su siglo, México, Aguilar, 2014

[3] Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1950.

[4] Domínguez Michael, op. cit., p. 104.

[5] Christopher Domínguez Michael, Jorge Cuesta y el demonio de la política, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1986.

[6] Christopher Domínguez Michael, Tiros en el concierto, México, Ediciones ERA, 1997.

[7] Domínguez Michael, Octavio..., op. cit., p. 57.

[8] Ibidem.

[9] Ibid, p. 378.

[10] Ibid, p. 379.

[11] Aguilar Rivera, op. cit.

[12] Dominguez Michael, op. cit., p. 407.

[13] Aguilar Rivera, op. cit, pp. 84-85.

[14] Ibid, p. 488-489.

[15] Ibid, p. 490-498.

[16] Ibid, p. 571.

[17] Ángel Gilberto Adame, El misterio de la vocación, México, Aguilar, 2015.

[18] Ibid, p. 27.

[19] Ibid, p. 71.

[20] Ibid, pp. 102-103.

[21] Ibid, p. 104

[22] Ibid, p. 108-109.

[23] Ibid, p. 139.

[24] Guillermo Sheridan, Habitación con retratos: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz 2, México, Ediciones ERA, 2015.

[25] Guillermo Sheridan, Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz 1, México, Ediciones ERA, 2004.

[26] Esta reseña se escribió antes de que se publicara el tercer volumen de ensayos de Sheridan: Los idilios salvajes: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz 3, México,  Ediciones ERA, 2015.

[27] Sheridan, Habitación..., op. cit., p. 19.

[28] Ibid, p. 37.

[29] Ibid, p. 122.

[30] Ibid, pp.122-128.

[31] Martina Meidle, Poesía, pensamiento y percepción: Una lectura de Árbol adentro de Octavio Paz, Madrid, Iberoamericana, 2015.

[32] Octavio Paz, Árbol adentro, Madrid, Seix Barral, 1987.

[33] Aguilar Rivera, op. cit.

[34] Gabriel Zaid, “El futuro de Octavio Paz”, Letras Libres, 1999.


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