En la mirada de otros

En la mirada de Rufino Tamayo

Rufino Tamayo

Año

1935

Tipología

En la mirada de otros

 

Rufino Tamayo y Paz en la Embajada de México en India, 1963

Paz consignó, en una carta a Raquel Tibol, que en su obra existen numerosas alusiones a la pintura de Tamayo, particularmente tres ensayos y un poema en prosa. En esa misma carta, redactada con motivo de su participación en el catálogo para la magna exposición del Palacio de Bellas Artes y el Museo de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo realizada en 1987, Paz resumió sus ideas sobre el pintor oaxaqueño:

La obra de Rufino Tamayo nace y se despliega frente a los muralistas y su estética. El pintor oaxaqueño no sólo se negó a seguir a Rivera, Orozco y Siqueiros sino que criticó vivamente sus ideas y su pintura. Denunció lo que a él le parecía una confusión entre pintura e ideología política, se negó a pintar en los murales versiones oficiales de la historia de México, como Rivera y Siqueiros (o heterodoxas como Orozco) y se opuso a ver en la pintura un vehículo de ideas revolucionarias, fuesen las del realismo socialista o las de alguna de sus variaciones y sucedáneos. Pero la pintura de Tamayo no fue solamente negación y ruptura; también nos reveló en muchas telas admirables, una visión de la realidad en la que el rigor plástico se alía a un poderoso sentimiento, alternativamente solar y nocturno de la existencia. Su obra es muy moderna y muy antigua, popular y cosmopolita. En sus mejores momentos, es un pacto de las fuerzas contradictorias que nos habitan. [1]

          Tamayo (25 de agosto 1899 - 24 de junio 1991), además de su trascendencia dentro de la pintura mexicana, fue amigo cercano de escritores notables, como los del grupo Contemporáneos y Paz.  El siguiente texto procede, entre otros, de una versión editada de “A Octavio Paz la televisión le está haciendo daño”[2] y de los libros Textos de Rufino Tamayo El otro Tamayo.[3] (AGA) 


 

A Xavier Villaurrutia, que era el crítico del grupo, sí le interesó nuestra pintura. Los artistas que más ligados estuvieron a los “Contemporáneos" fueron Agustín Lazo, Julio Castellanos y Manuel Rodríguez Lozano. [...] Nosotros, nuestro grupo, nos reuníamos todos los sábados por la tarde para ir al Sanborn's de Madero o a jugar billar y luego al Teatro Lírico donde veíamos a Celia Montalbán y a Lupe Vélez. El teatro de revista llegó a interesarnos tanto que hasta escribimos una obra musical que se llamó Café negro. Salvador Novo y Pepe Gorostiza, Villaurrutia y Jaime Torres Bodet, escribieron los sketches; Lazo y yo hicimos la escenografía. Para estar a tono con la moda que llegaba de Estados Unidos, José Gorostiza le puso letra en español a una canción muy famosa que llego acá por ese tiempo y se llamó Rose-Marie. [...] Viejos escritores famosos, como Federico Gamboa, fueron a ver nuestra obra. Se rieron todo el tiempo de nosotros. Fracasamos rotundamente. Nuestro deseo era hacer algo muy popular, muy del gusto del público, pero nos salió muy intelectual y no duramos en cartelera. [...] En ese momento la música y la moda comenzaron a llegarnos de los Estados Unidos. El charleston fue la sensación, pero el único que se atrevió a ponerse los famosos pantalones “balón” fue Salvador Novo. 


          A mi tercer viaje a Nueva York ya no fui solo. Me acompañaba Olga, mi esposa. [Fue] la única vez que el Gobierno de México me ha enviado con gastos pagados al extranjero, recibí treinta y cinco dólares para ir en autobús a Nueva York. Eso fue en 1935. Olga y yo teníamos un año de casados. Quise llevarla conmigo pero, ¿cómo con treinta y cinco dólares? Entonces Olga salió a vender algunos cuadros. Se llevó lo que había yo pintado. A cien pesos cada cuadro. Fuimos a ver a la esposa de don Alejandro Quijano; compró uno. También vimos a José Guadalupe Zuno, gobernador de Jalisco; nos compró otro. Así juntamos treinta y cinco dólares más, para otro boleto de autobús, y nos fuimos a Nueva York. Se suponía que habríamos de estar allá quince días y nos quedamos quince años. Vivimos en Manhattan, cerca de la tienda Kleins, por Union Square, en la Calle Quince, en uno de esos departamentos que llaman studio: una habitación, una cocina, un baño. Pero teníamos todo, y agua caliente que aquí nos faltaba. En los primeros tiempos, para no depender del gusto de los compradores de cuadros, di clases de dibujo en una escuela. Nos visitaban con frecuencia amigos de México. Una vez llegaron Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia. Olga les preparó una cena a base de col, pero compró una col morada y toda la comida se pintó de ese color; comimos papas moradas y carne morada y todo morado. Otra vez hizo manitas de puerco, pero las metió al refrigerador y a la hora de cenar servimos a los invitados unas verdaderas piedras heladas. 


          [Fue] durante una de las reuniones que organizaba don Ramón Denegri, quien naturalmente era muy enamorado de los republicanos. Entonces llegó Octavio Paz a contarnos sus experiencias en el frente (nos pedía que les mandáramos cigarros a los milicianos, porque eso era muy importante para ellos). Eso fue hace ya 50 años, por lo que lo conocí de 20 años.[4] 


          Octavio G. Barreda, que por aquel entonces dirigía la revista de literatura El Hijo Pródigo, era un muchacho que tenía un carácter muy jocoso, le encantaba hacer chistes y bromas; algunas un poco desagradables porque se sobrepasaba. En una ocasión llegó de repente con un cilindro callejero a tocar dentro de la exposición [que hice en la Galería de Arte Mexicano]; nada más para provocar la risa de las gentes y hacer sentir que aquello era un juego.[5]


          Tiempo después, estando en París, nos reuníamos [con Octavio] casi a diario en casa de cualquiera de nosotros (entre los mexicanos de allá estaba Jorge González Durán, que era el secretario de la embajada). Fue un tiempo muy bonito. En una ocasión, tuvimos un desencuentro con un señor Leonardo Pasquel, que era muy amigo de don Miguel Alemán. Un 15 de septiembre queríamos festejar y pensamos que lo lógico era hacerlo en la embajada. Ese señor Pasquel, con el poder que tenía, se posesionó de la embajada para vivir en ella y nos negó la fiesta. Nos tuvimos que ir a festejar el 15 de septiembre a un restorán de chinos.


Rufino Tamayo


          En esa etapa francesa Octavio era parte del grupo de los surrealistas, yo no. Recuerdo que a mi regreso me invitaron a una mesa redonda en el Museo de Arte Moderno con surrealistas y hubo una polémica con Raquel Tibol y otras gentes y me hicieron preguntas que no me correspondía responder. “A mí no me hagan esas preguntas —les decía— porque yo no soy surrealista”.


          Naturalmente soy de izquierda, como corresponde a todo individuo pensante. Amo la libertad y, en consecuencia, no apruebo sistemas políticos que la limiten en ninguna de sus posibilidades.  


          Octavio es la mente más lúcida que hay en México. Así de fácil. Es un gran poeta, un gran ensayista, incursiona en muchas actividades intelectuales, en la historia. No se conforma: es un humanista formidable, es un apasionado de la crítica de arte. A mí hace muchos, muchísimos años, me hizo un poema. También ha escrito trabajos sobre mi obra, y prólogos.[6] 


          En una ocasión, Octavio me dijo que nuestras vidas eran paralelas, que nuestra obra caminaba muy cercana, porque nuestro concepto era muy parecido. Yo he luchado mucho porque mi obra fuera internacional, pero sin perder el sello nuestro. Y claro, me dio mucho gusto que un personaje de la altura de él me dijera que íbamos caminando juntos. 


          Siendo Octavio un poeta, hace versos muy halagüeños para mí. Siempre ha respetado mi trabajo, quizá no al grado de la admiración que yo le tengo a él. Nunca hemos tenido ningún problema, y ya son 50 años de amistad. 


          Alguna vez le dije que las apariciones televisivas le estaban haciendo daño pues, de alguna manera, él tiene que adaptarse al punto de vista que ahí se plantea. Es decir, coarta su libertad de pensamiento. Y eso sinceramente no me gusta. Cuando platicamos sobre el tema me dijo: “Pero si a mí no me pasa nada”. Sin embargo, estar al servicio de una organización tan fuerte como esa, no creo que haya manera de mantenerse al margen de la influencia que ejerce. Obliga a medir lo que se dice, incluso en la política. Eso es algo que lamentamos sinceramente sus amigos. Pero, en fin, él sabe lo que hace. 


          Me gusta la obra de Paz en todas sus manifestaciones. Hemos tenido una amistad muy larga en la que no ha habido escollos. Hasta ahora no he conocido de parte de él ni de parte mía algo que establezca una diferencia entre los dos. 


          Disfruto también sus programas televisivos que son específicamente sobre literatura. Yo creo que es una cosa extraordinaria lo que está pasando en ellos, en los que no hay posibilidad de encausar la plática en otros sentidos que no sean exclusivamente literarios. 


          Para mí la poesía es ante todo armonía. Me esfuerzo siempre en lograr armonía en mis cuadros. La idea no se sacrifica a la técnica, ni ésta a aquella. El color no se superpone a la forma ni a la inversa. La poesía nunca puede significar al pan, pan y al vino, vino. La imaginación del espectador es tan importante como la del pintor. Ni la alegría ni la ternura determinan la poesía. Si fuera así, no podrá llamarse mexicano. Son el dolor y el silencio. Me parece que Octavio Paz ha comprendido esto y lo ha expresado muy bien en un poema que consagró a mi pintura en su libro ¿Águila o sol?



NOTAS

[1] Raquel Tibol, “La discusión no ha terminado. El polémico Tamayo según Paz” en Proceso, 16 de enero de 1988.

[2] “A Octavio Paz la televisión le está haciendo daño” en Proceso, 17 de marzo de 1984 y Mario Mijangos, El otro Tamayo, México, Planeta, 2000.

[3] Raquel Tibol (selección), Textos de Rufino Tamayo, México, UNAM, 1987; Mario Mijangos, El otro Tamayo, México, Editorial Diana, 2000.

[4] En 1943, después de residir dos años en San Francisco, Octavio Paz viaja a Nueva York, donde se establece por una temporada.

[5] Entrevista con Delmari Romero Keith, en Historia y testimonios de la Galeria de Arte Mexicano, México, Ediciones Copilco, 1985, p. 24

[6] Se refiere a “Tres ensayos sobre Rufino Tamayo: 1. Tamayo en la pintura mexicana; 2. De la crítica a la ofrenda; 3. Trasfiguraciones” en  Obras completas, volumen 7, México, Fondo de Cultura Económica-Círculo de Lectores, 1993, pp. 257-289. y al poema en prosa “Ser natural” en Obras completas, volumen 7, México, Fondo de Cultura Económica-Círculo de Lectores, México, 1993, pp. 407-408).