Rodrigo García Galindo
Año
2019
Personas
Domínguez Michael, Christopher
Tipología
Novedades
Temas
Recontextualizaciones
Christopher Domínguez Michael ha publicado en Debolsillo, de Penguin Random House, la que en realidad es una segunda edición corregida de su biografía monumental sobre Octavio Paz, publicada originalmente por Aguilar. [1] Después de los dimes y diretes que ocasionó la primera edición, incluso entre los pazianos, Domínguez Michael volvió a su manuscrito para satisfacer algunas exquisiteces y ofrecer una versión quizá definitiva de su recorrido por la vida del poeta. El resultado es el recuento más exhaustivo de la vida y de las ideas de Octavio Paz en tanto jefe espiritual de una generación a la que hizo madurar el desencanto con la izquierda, cuyas atrocidades le enseñaron a Paz y su grupo el valor de la libertad como fundamento esencial de toda ideología política.
Se puede decir que Octavio Paz tiene dos biógrafos principales: Guillermo Sheridan, el biógrafo de su obra, y Christopher Domínguez Michael, el biógrafo de sus ideas. Otros como Krauze y Ruy Sánchez han escrito sobre Paz, pero de forma mucho menos amplia y abarcadora. Con excepción de Elena Poniatowska en Las palabras del árbol, un plaquette más bien sentimentaloide, hasta ahora sólo se han ocupado de su vida y su obra de forma seria y exhaustiva los hombres más cercanos a sus días. Entonces, el libro de Domínguez Michael se beneficia de la cercanía de su autor con Paz, pero tiene el mérito de ser una ponderación seria del personaje, un esfuerzo que va mucho más allá de la complicidad y la apología. Octavio Paz en su siglo es un meritorio balance de nuestro poeta que no esconde el amor por su sujeto pero que trasciende el chisme y se imbuye de lleno en la historia del siglo XX. Esta biografía es principalmente un libro sobre las ideas predominantes en la centuria pasada y la forma en la que Paz las moldeó y convivió con ellas a veces desde la política, a veces desde la polémica, siempre desde la belleza.
Octavio Paz fue un protagonista y un testigo de su siglo. Como pocos personajes, su vida encajó perfectamente de cabo a rabo en el siglo de la confusión. Paz mismo es un producto y un actor central del caos y las promesas incumplidas del siglo pasado, que nunca llegó a ver cristalizado del todo su sueño de libertad en la transición democrática mexicana. El retrato de Domínguez Michael sobre sus vaivenes ideológicos es fundamental para entender al verdadero Paz: no ese liberal a ultranza ni un conservador y mucho menos un ideólogo de la derecha, sino un creyente de las revoluciones: de la rusa y de la mexicana; un hombre que hasta el final de sus días estuvo convencido de las virtudes de la Revolución Mexicana y de su hijo el PRI; un excomunista que aprendió a la mala y un denunciante severo de las atrocidades del régimen en octubre de 1968 y cuya denuncia consolidó su jefatura espiritual. Paz, nos enseña Domínguez Michael, fue realmente un socialista democrático hasta el final de sus días, un hombre en cuyas venas circulaba la tradición liberal y la revolución zapatista, que pasó su vida entera intentando conciliar esas dos contradicciones, y cuya mayor preocupación fue que las atroces gestiones izquierdistas en Latinoamérica frustraran su consolidación como opción política.
Octavio Paz en su siglo ilustra el ciclo histórico perverso en el que se encuentra atrapada nuestra nación. Sin embargo, la biografía de un hombre que murió hace más de veinte años ilumina un poco el presente y sirve de guía para poder sortear la pesadilla nacional: nada de esto es nuevo, ya pasamos por aquí y ciertas de las ideas y convicciones pazianas pueden ayudarnos a salir a flote. Al final de su vida, los días de Paz trascurrieron con angustia por el fin del régimen priista, porque el poeta creía que después del PRI vendría el caos, que una democracia desordenada podría dar rienda suelta al México bronco. En cambio, la respuesta nacional ante el fin del priato fue amarrar a la bestia mexicana con instituciones y leyes que han mantenido con alfileres a nuestra frágil democracia y que han posibilitado la llegada de la izquierda al poder, algo que era impensable durante la vida de Paz. El mexicano ha disfrutado vivir en democracia y con entusiasmo ha ejercido sus virtudes cívicas, siendo más libre conforme se ha abierto al mundo y ha cumplido con ser contemporáneo de todos los hombres. Ante un México que quiere volver a volcarse sobre sí mismo, vale recordar lo que Domínguez Michael rescata: “Paz nunca se resignó ante el relativismo: el péndulo debía mover inexorablemente a México a compartir la evolución occidental a través de la Reforma, la Ilustración y la modernidad y no a renegar de ella”.
Desde El laberinto de la soledad, Paz ya aspiraba a que el mexicano fuera contemporáneo de todos los hombres. La única manera de lograrlo es vivir en libertad, asomando la cabeza fuera del caparazón mexicano. La apertura al mundo es la única puerta de salida al infierno del autoritarismo. Entre más estemos convencidos de nuestra pureza y excepcionalidad y desconfiemos de lo externo y lo universal, más le abrimos la puerta a la dictadura. No obstante, El laberinto de la soledad contribuyó también a incubar el “mexicanismo”, un término que llevaba dormitando desde mediados del siglo anterior, y que hoy ha sido revivido por voceros oficialistas que aspiran a que México se cierre al mundo y dé un nuevo giro sobre sí mismo. No es casualidad que el presente tiempo mexicano pretenda revivir dicho “mexicanismo” y trate de convencernos de nuevo de nuestra propia excepcionalidad. Domínguez Michael muestra el camino que recorrió Paz por todas las revoluciones fallidas del siglo anterior para concluir que el único proyecto posible para un México que aspire al progreso y la paz es el de la apertura y la libertad. El autor lo ilustra así: a mayor pasado, menos confianza en el futuro. Visto así, el México de El laberinto de la soledad parece la nación más vieja y polvorosa del mundo. Paz vio con recelo las implicaciones de la cerrazón mexicana, diciéndole por carta a Alfonso Reyes que temía que “para algunos, ser mexicano consiste en algo tan exclusivo que nos niega la posibilidad de ser hombres, a secas. Y recuerdo que ser francés, español o chino sólo son maneras históricas de ser algo que rebasa lo francés, lo español o lo chino”.
En este primer cuarto del siglo XXI en el que, algo que nunca creyó ver Paz, la izquierda ha llegado al poder en México y que dicha izquierda militariza la seguridad pública, tiene ambiciones de controlar a la universidad, acabar con las instituciones de la democracia y de borrar uno de los diques de contención de nuestra estabilidad política como el principio de no relección, Domínguez Michael ilustra, a través de los ires y venires de Paz, cómo la pesadilla actual no es sino una reedición de las batallas políticas e ideológicas de siempre, cuyo culmen se alcanzó en el echeverrismo, una administración tan perversa e ineficiente que tiró por la borda la viabilidad de los gobiernos de izquierda por cuarenta años, como quizá suceda también al finalizar la administración de Andrés Manuel López Obrador. La virtud de Paz fue haber propuesto con sus ideas políticas y su poesía una salida a la recurrente pesadilla de México y que están descritas exhaustivamente en el recuento vital e ideológico de Domínguez Michael. La actual deriva de nuestro presente democrático se parece a tal grado al México que se vivía bajo Luis Echeverría, que las palabras de Gabriel Zaid a Carlos Fuentes resuenan frescas como si fueran de hoy mismo: “Si para salvar a México de las Fuerzas del Mal hay que someter la vida pública a las necesidades del Ejecutivo, México jamás abandonará su presente autoritario”.
Octavio Paz fue un ejemplo de congruencia y desconfianza hacia el poder. Vivió asediado por sus ideas y rodeado de adversarios desleales y amigos que le fallaron en momentos cruciales, momentos en que se pone a prueba la lealtad como componente esencial de la amistad, y que callaron cuando debieron haber salido a defenderlo. En el México de Paz eso salía caro y no era para cualquiera, en el México de hoy empieza a salir caro también toda lealtad que no sea hacia el régimen y hacia las ideas y personas que lo sostienen. Son tiempos canallas, de los que Paz también vivió muchos hasta ver su efigie quemada ante el silencio atronador de amigos que Paz tenía por cercanos y valerosos. En el balance, Paz nunca tuvo más arma que sus ideas, más sostén que su reputación, su mente universal y una cofradía de mentes afines que hoy siguen vigentes, que hacen perdurar el legado del poeta y que representan la sensatez y la modernidad en el debate público. Christopher Domínguez Michael es uno de ellos.
Paz no fue un hombre adinerado ni gozó de una vida materialmente solvente. Lo que tuvo Paz fueron ideas, convicción y talento. Fue un servidor público y diplomático que vivió de la empresa del conocimiento y que su única arma contra la abyección fue su mente preclara y su valentía moral, los cuales lo consolidaron como el jefe espiritual de una generación entera y reconocido con el premio Nobel como un mexicano que se hizo para siempre contemporáneo de todos los hombres a través de la belleza. En tiempos de zozobra e incertidumbre, el ejemplo de Paz y sus palabras tranquilizan y dan norte: al final de todo siempre está la luz. Del otro lado nos espera la historia y la belleza y Paz sigue estando presente en nuestro siglo.
NOTAS
[1] Christopher Domínguez Michael, Octavio Paz en su siglo, México, primera edición en Debolsillo, mayo 2019.