Guillermo Sheridan
Año
1992
Tipología
Conversación
Lustros
1945-1949
Iré reproduciendo algunas de las notas que tomé de las pláticas con Octavio. A veces eran privadas, en persona o por teléfono; otras son aquellas en las que había otras personas, alrededor de una mesa para cenar o para discutir con el grupo de amigos que colaborábamos en la revista Vuelta.
Comenta una carta de Gorostiza a Pellicer que publicó Vuelta. Le cuento que estoy preparando la edición de su Correspondencia con Pellicer.
Dice que Gorostiza era hipocondriaco contumaz y que se servía de las valijas diplomáticas para encargarle medicinas a todo el cuerpo diplomático en Europa. Cuando llegaban a su oficina, las almacenaba en un cuarto anexo, donde tenía un diván para tomar la siesta. En su oficina, Gorostiza le invitaba una copa de tequila a todos los que llegaban. Al final de su vida bebía whisky y se pasaba horas sentado en su silla de ruedas, viendo las telenovelas.
“Le poète Gorostiète” dice Octavio, riéndose, nostálgico. Dice que así le dijo Antonin Artaud un día en que Octavio lo encontró en París, en el Bar Vert, y Artaud recordó que fue él, Gorostiza, quien le ayudó a viajar a la Tarahumara cuando estuvo en México.
Evoca el tiempo en que trabajaron juntos en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cuando Octavio estaba a cargo de Organismos Internacionales: “en Relaciones, todos menos Gorostiza, me trataron siempre a patadas”, dice. Luego se vuelve a reír al contar que Octavio G. Barreda solía hablarle a Gorostiza por teléfono, fingiendo ser el presidente Ruiz Cortines y apenas contestaba le gritaba:
—¡¿ESTÁ USTED AHÍ?!
(Aquí sucedió algo gracioso: cuando imita a Barreda imitando al presidente, la secretaria de Octavio, Lucía —que hoy trae puesta una camiseta de los 49's de San Francisco—, contesta desde la pequeña oficina anexa al estudio: “¡Sí señor, aquí estoy!” y Octavio se ríe todavía más.)
Y más aún cuando narra que Gorostiza tenía un secretario muy apocado y de aspecto lúgubre al que los amigos llamaban el secretario Bon Jour Tristesse. Luego cambia el tono. Dice que Gorostiza era masoquista, autodestructivo. Cuando se fue a Holanda, Octavio pasó un tiempo con él en la embajada y lo impresionó que invariablemente estaba “enfermo”. Una vez en París hubo que llamar a un médico, y cuando Octavio le preguntó al médico qué tenía Gorostiza, le respondió que “una imaginación excesiva”. Octavio le dijo: “Pepe, levántese usted, vámonos a parrandear como cuando estábamos en San Francisco” y Gorostiza le contestó, furioso: “Usted es un egotista. El sufrimiento ajeno lo espanta”. En San Francisco, cuando estuvieron ahí en 1945 para la fundación de la ONU, se iban todas las noches a las boîtes: una vida de “verdadera disipación nocturna”, dice.
Regresa a la SRE en México. Dice que el secretario Luis Padilla Nervo tomaba las decisiones, pero era Gorostiza el que hacía todo. Estaba al frente de lo que llamaban el “departamento de los sabios”, con Jorge Castañeda, que era el privado del secretario. Desde esos días en San Francisco “le debo todo a él”, agrega. Gorostiza llegaba a la oficina a las 11 de la mañana; a las 2:30 llamaba a Octavio para redactar oficios; a las 4 se iban a un restaurante y se tomaban tres tequilas; de regreso a la oficina, Gorostiza dormía una siesta y a las 6 o 7 de la tarde comenzaba la actividad febril que terminaba a las 12 de la noche. Los oficios se redactaban hasta cinco veces, en especial los dirigidos a Torres Bodet. Dice Octavio que tenían muchas diferencias con Torres Bodet porque era francófilo cuando él y Gorostiza eran pro-argelinos. Dice que sus iniciales, JG/OP, suelen estar bajo la firma de Gorostiza en los oficios. Gorostiza muchas veces escribía los discursos de López Mateos y le “dirigía la política”.