Conversaciones y novedades

Un artículo olvidado de Octavio Paz (presentado por Jean Meyer)

Jean Meyer

Año

1937

Tipología

Conversación

Temas

Paz en Mérida: la primavera socialista de 1937

 

Jacques Maritain

Encontré hace poco, gracias a la encomiable labor de la Biblioteca virtual de Yucatán, este artículo de Octavio Paz al Diario del Sureste, combativo diario en la Mérida del general Cárdenas. Como es sabido, Paz pasó la primavera de 1937 en la capital yucateca como maestro en la Escuela Secundaria Federal para Hijos de Trabajadores, antes de viajar a la España en guerra civil. “El Tercer Partido” apareció el 25 de marzo de 1937. Fue la quinta y última colaboración del joven Paz a ese periódico, franquicia del oficialista diario El Nacional de la Ciudad de México. Pensé que le interesaría al historiador Jean Meyer, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) y así fue. Le agradezco, como lo harán todos sus lectores, su pertinente introducción. (G.S.)



Octavio Paz versus Jacques Maritain[1]

Jean Meyer


En 1937 Octavio Paz tiene 23 años y Jacques Maritain (1882-1973) el doble. La diferencia de edad no explica todo. La tomo en cuenta. Maritain era católico y filósofo; no cualquier católico: hijo de una familia tan protestante como agnóstica, liberal y republicana, recibe el bautismo con su joven esposa Raïssa en 1906. ¿Su padrino? Nada menos que el volcánico y místico León Bloy. No cualquier filósofo: discípulo de Aristóteles y de Tomás de Aquino, admirador de Bergson, Maritain encuentra la serenidad en la coincidencia entre razón y fe. 


          Su despertar político responde a las amenazas totalitarias sobre una democracia que descuida la justicia social. El comunismo soviético, el fascismo italiano, el nacional-socialismo alemán orillan a Maritain a la reflexión política al mismo tiempo que emprende su lucha contra el antisemitismo y, en especial, contra el antisemitismo cristiano que califica de sacrílego. 


          En el verano de 1934, en Santander, da una serie de conferencias que publica primero en español; Humanismo integral: Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad.[2] Amigo de Manuel de Falla, tiene entre sus oyentes a Miguel de Unamuno, Xavier Zubiri, José Gaos, José Bergamín y José María de Semprún, estos los dos últimos, sus amigos, colaboradores, como él, de la revista Esprit. El título del libro no puede ser más claro: toda la relación de Maritain con lo que pasa y pasará en España, con la política en el mundo, se da en clave espiritual y no se puede reducir a opciones políticas. Y esto es algo que el joven Paz no puede entender en Mérida en 1937, pero que el Paz de 1968 vivirá de cerca:

  • 1934. Maritain denuncia la represión en Viena, contra las izquierdas.

  • 1935. Maritain denuncia la agresión de Mussolini contra Etiopía y el apoyo que le otorga la Iglesia italiana.

  • 1936. Maritain no simpatiza con el Frente Popular en Francia y denuncia como mera maniobra la “mano tendida a los camaradas católicos” que hace el Partido Comunista Francés. 


          En agosto de 1936 Maritain llega a Buenos Aires para quedarse ahí más de dos meses. Esa visita, que tuvo repercusiones hasta Venezuela (pero no en México), confirmó el odio que el catolicismo integrista y el nacionalismo de derechas le tenían a Maritain: en Francia y España, desde 1926, estas gentes abominaban al filósofo. Su ira creció cuando, en el PEN Club de Buenos Aires, Maritain condenó al antisemitismo y denunció al nazismo; y se redobló cuando habló en la Sociedad Hebraica y publicó artículos en Sur. Al mismo tiempo, su rechazo a las soluciones violentas y a los Frentes Populares fue criticado por la izquierda radical. Un eco de esa crítica se encuentra en el artículo del joven Paz. 


          En su Carta de la Independencia[3] (de octubre de 1936), Maritain aboga por la creación de un tercer partido: ni de derecha extrema, ni de radical izquierda, sino demócrata y plural, inspirado por el cristianismo y abierto a los no-cristianos. Ese es el texto que critica Paz. 


          Contra las declaraciones del obispo de Salamanca que celebra “la cruzada” de Franco y le presta la sede episcopal para que instale su Cuartel General, Maritain publica sus artículos en Argentina y la Nouvelle Revue Française. Ninguna guerra puede ser “Santa”, insiste, y hablar de “Cruzada” es un sacrilegio. 


          En Sur publica su ensayo “De la Guerra Santa“, y condena el bombardeo de Guernika por la aviación alemana. Denuncia también los crímenes cometidos por el otro bando, algo que no puede gustarle al joven Paz, e identifica a “la tercera España”, no la del Frente Popular ni la de Franco y el cardenal Isidro Goma. No está de acuerdo con la revista Esprit cuando se alinea con el gobierno republicano y le reclama a su director (y amigo) Emmanuel Mounier que celebra en “José Bergamín, el Maritain español”. El filósofo se reconoce más en Unamuno, “el viejo don Quijote” que llora “el suicidio colectivo” de “toda España contra sí misma”. No se alinea como Bergamín, Mounier, Alfredo Semprún. No se hace ninguna ilusión sobre “la legalidad republicana”, a diferencia de Paz. Insiste sobre el opuesto, pero simétrico, sacrilegio cometido por las dos Españas; por la roja que odia la religión y ataca la sacralidad de Dios; por la negra que atenta contra la santidad de un Dios caritativo. No acepta ninguno de los dos insultos a Dios, si bien considera que el segundo es el peor. 


          Participa en la redacción de un Manifiesto de los escritores católicos franceses publicado en Sur. Todo esto le vale rudos ataques por parte de los católicos argentinos como el padre Julio Meinvielle y César Pico, pero también le merece el respeto de Victoria Ocampo y Gabriela Mistral, así como el de sus jóvenes discípulos Eduardo Frei y Rafael Caldera, futuros presidentes de Chile y Venezuela. 


          Paz no pudo leer “Avec le peuple”, publicado el 12 de febrero de 1937 en Sept (la revista de los dominicos franceses); tampoco su largo “Prefacio” (56 páginas) al libro de su amigo Alfredo Mendizábal, Aux origines d’une tragédie.[4] En el “Prefacio” desarrolla la idea clave del artículo, a saber la “catástrofe de lo político”:

Es una locura que cuesta caro el dejar que un país se divida ente dos masas erguidas la una contra la otra, cada una de las cuales había desde hace mucho exterminado a la otra del bien político y de la común dignidad humana, antes de que empezara entre ellas una guerra de exterminio. 

En ese prefacio, el argumento esencial va contra los defensores de la guerra santa (como en el artículo de Sur, de abril de 1937, “De un nuevo Humanismo”). “La guerra no se convierte en santa, sino que pone en riesgo de hacer blasfemar lo que es santo”. Habla de la “islamización de la conciencia religiosa” y de la creación del

mito de la guerra santa para exterminar más fácilmente a los marxistas… Que se mate, si se cree que hay el deber de matar, en nombre del orden social o de la nación, ya es bastante horrible; pero que no se mate en nombre de Cristo Rey, que no es un caudillo guerrero, sino un rey de gracia y de caridad, muerto por todos los hombres y cuyo reino no es de este mundo.

          Sentimental y cobarde, lo llama el padre Meinvielle; “judío y traidor, un enemigo más poderoso que el ejército Rojo”, gritaría Ramón Serrano Suñer el 19 de junio de 1938, al festejar en Bilbao la toma de la ciudad por las tropas de Franco. Y es que, en 1937, Maritain había creado con François Mauriac el Comité Francés para la Paz Civil y Religiosa en España, pero sin aceptar que “el partido de los hombres de buena voluntad ya existe (…) Este partido es el del Frente Popular”, como escribirá Paz en 1937.


 

El Tercer Partido 

Octavio Paz

 

Maritain, el filósofo francés y la voz más autorizada del neocatolicismo para uso de las clases intelectuales, ha ampliado y ratificado recientemente, en Buenos Aires, su Carta sobre la Independencia. Y al hacerlo ha expresado bien claramente su pensamiento, el pensamiento central de los intelectuales católicos de su grupo, angustiado por la contradicción terrible que plantea hoy entre el hombre de la calle y el hombre de la iglesia, entre la vida religiosa y la vida política. Así, la ratificación de la independencia del espíritu de lo contingente y cómo la contemplación se liga, en la realidad, con la acción cristiana y las formas de una nueva política católica, han sido los temas de su conferencia. 


          Pero junto a estas cuestiones, y con una mayor amplitud, ha explicado la posibilidad de formación de nuevos grupos sociales, no necesariamente cristianos, sino más eclécticos, agrupados en medio de la violencia, bajo el signo de la prudencia y la serenidad. Ni con la derecha, ni con la izquierda; ni con los Frentes Nacionalistas —anticristianos porque postulan una forma pagana del Estado que frecuentemente utiliza a la religión como un instrumento de sus propósitos de opresión— ni con el Frente Popular, que predica el desorden. Y a ese tercer partido, que no es precisamente el de la indiferencia, para hablar con las propias palabras de su autor, “no hay que considerarlo como un partido que dispute el terreno a los otros, sino como una reunión de hombres de buena voluntad, apoyando y suscitando las medidas reformadoras realizables en cada momento”. Pero esto, que es de una vaguedad desesperante, y que no se diferencia de ninguno de los miles de programas que conocemos, adquiere sentido político real, contenido concreto, cuando dice que el tercer partido “forma una simple reunión momentánea contra la guerra civil y por la conservación de los gobiernos que garantizan el orden público”. Y todos los gobiernos lo garantizan, parece decirnos cuando habla el postulado paulino de la sumisión del cristiano a la autoridad social que se expresa en el Estado. 


          Pero nosotros debemos analizar todas estas afirmaciones cuidadosamente. ¿Qué significa esta sumisión cristiana al poder público? Olvidemos por un momento las brillantes pruebas que ha dado ese espíritu en España; olvidemos la ejemplar y edificante actitud de todo el clero español, salvo reveladoras excepciones, aliado a la más cruel y bestial forma de la opresión; olvidemos también la actitud del clero mundial en el caso de Etiopía y (puesto que del olvido se trata) olvidemos al clero de nuestro propio país; pensemos por un momento si realmente todos los gobiernos representan el orden público. ¿Qué orden abstracto es éste? ¿El orden de los grandes fabricantes de armamentos, de los hacendados y los financieros? ¿El orden del capital monopolista? ¿Es esto un orden? Y en el caso de los países fascistas, ¿existe realmente el orden? ¿Qué el fascismo no es la forma más brutal de la violencia permanente? ¿No es el fascismo, acaso, la violencia social, la guerra que tanto aflige a Maritain, en una de sus más sangrientas consecuencias: la esclavitud de la clase obrera, de los campesinos y de la inteligencia? Evidentemente que estos gobiernos no representan el orden social, no el bien común. Ellos aspiran, justamente, a que se perpetúe el desorden, la injusticia, y son los verdaderos creadores de la lucha de clases. 


          Y ¿cómo debemos entender esta otra proposición: contra la guerra civil, contra el desgarramiento nacional por la lucha de clases? La guerra social, explica Maritain, se debe al desarrollo del comunismo. La cruzada contra la guerra de clases es, pues, la cruzada contra el comunismo. Y añade esta preciosa, bien que involuntaria confesión: 


          En forma global podemos reconocer tres causas generales del desarrollo del comunismo: la primera y más importante es la miseria y la humillación de las masas; la segunda es la incomprensión y el egoísmo de las clases dominantes, a lo cual se unen las amenazas dictatoriales de ciertos partidos políticos, y la tercera es la propaganda marxista. A estas tres causas hay que atender y la tercera es eficaz porque median las otras dos. 


          Y si la tercera sólo es eficaz mediante la presencia de las otras dos, resulta claro que son éstas y, no aquélla, las que engendran la lucha de clases. Así, esta lucha no es una invención de los comunistas, y no desaparecerá porque éstos cesen en su propaganda, sino cuando la propaganda deje de justificarse en la realidad. Aunque Maritain no lo ve así, explica que “en definitiva no hay más que dos soluciones: exterminar a todos los comunistas (lo que le parece un tanto salvaje —cierto salvajismo, son sus palabras—), o reabsorber al comunismo, realizando la justicia social, mediante la política cristiana”. 


          La realización de esta política cristiana, le pregunta uno de sus oyentes, ¿no sería la realización de la política de extrema izquierda? Claro que no, contesta el interpelado (y nosotros estamos de acuerdo con esa significativa respuesta), porque los principios evangélicos que inspiran estas soluciones están reñidos con la dialéctica materialista, en la que se sustenta la política de izquierda. Pero, nos preguntamos, los llamados insistentes de esta filosofía evangélica, que es la filosofía de la caridad, ¿han sido escuchados alguna vez? ¿Estos principios éticos que tanto entusiasman a Maritain son capaces de transformar desde sus raíces la vida capitalista y la cultura occidental? Una experiencia de dos mil años nos habla muy elocuentemente de la paciencia de las masas y de la imposibilidad de que tal cosa se cumpla. Estos principios éticos han sido definitivamente superados en la historia, y es la propia burguesía la que se encargó de substituirlos con otros. 


          Un tercer partido que reúna las exigencias de Maritain no es posible. Pero el partido de los hombres de buena voluntad ya existe, y tan clara e hirientemente que muchas conciencias honestas han sido tocadas por su punzante verdad y por la crítica necesidad que expresa: este partido que tanto desvela al escritor católico es, justamente, aquel que es una reunión momentánea de hombres de diversas ideologías, desde católicos hasta comunistas, unidos en una gran tarea: la defensa de la paz de los valores humanos individuales y colectivos, la defensa del Estado popular, que expresa la voluntad social, la defensa de todos los bienes de la cultura. Este partido ahora lucha, heroicamente y con las armas en la mano, en España, por lo que luchó tan hermosamente con los medios democráticos: por el concepto humano de los hombres, por la noción de dignidad del hombre. Este partido es el del Frente Popular. 


Mérida, Yuc., marzo de 1937.




NOTAS

[1] Para el artículo se consultó: J.M. Gallegos Rocafull, La pequeña grey (escrito de 1936 a 1939), México, Jus/Iberoamericana, 2005; J.M. Garrigues, “Jacques Maritain frente a un catolicismo de Cruzada: España 1934-1937”, Revista de Fomento Social, 71/3-4, 2016; Jacques Maritain, Oeuvres Completes, Vol. V, París, Fribourg; Alfredo Mendizábal, Los orígenes de una tragedia (1937 en francés), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 2012. (Prefacio de Jacques Maritain).

[2] Madrid, Signo, 1935.

[3] El folleto apareció primero en Madrid, publicado por la editorial Cruz y Raya de José Bergamín, y luego en la editorial Sur de Buenos Aires, ambas ediciones de 1936 en traducción de Julio Gómez de la Serna. Puede leerse en línea. [Nota de G.S.]

[4] París, Tournai, Desclée de Brouwer, 1937.


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