Conversaciones y novedades

Paz en el Archivo de Carlos Pellicer (primera parte)

Guillermo Sheridan

Año

1963

Lugares

Herat, Afganistán
Nueva Delhi

Personas

Tibertelli de Pisis, Bona ; Cuesta, Jorge; Pellicer, Carlos

Tipología

Correspondencia

Temas

Embajador en la India (1962-1968)

 

Luis Cardoza y Aragón entrevista a los viajeros. De izquierda a derecha, se ven Octavio Paz, Carlos Pellicer, Luis Cardoza y Fernando Gamboa (1938).

El poeta Carlos Pellicer (1897-1977) dejó un pequeño expediente sobre Octavio Paz que forma parte de su archivo documental, sensatamente depositado en 2005 en la Biblioteca Nacional de México por Carlos Pellicer López, su sobrino.

     Habría que registrar las muchas referencias que hay en la obra de Paz sobre Pellicer, el primer mentor que tuvo entre el grupo de los Contemporáneos, que, además, fue su maestro de literatura hispanoamericana en 1931 en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso y que fue su modelo en algunos poemas juveniles.

     Por lo pronto, evoco solamente su ensayo de 1955, “La poesía de Carlos Pellicer” (4:234), en el que lo proclama “nuestro primer poeta realmente moderno” y en el que relata el origen de su amistad:

A él le debo haber leído con devoción a Leopoldo Lugones y a otros poetas sudamericanos. Al terminar la clase, nos paseábamos por los corredores del Colegio y a veces lo visitábamos en su casa de las Lomas de Chapultepec. Los relatos exaltados y pintorescos de sus viajes por América del Sur, Europa y el Cercano Oriente, me abrieron los ojos y la sensibilidad. El mundo natural y el del arte, ríos y valles, templos y estatuas, volcanes y catedrales, desiertos y ruinas entraron por mis ojos y mis orejas con un rumor que no es exagerado llamar luminoso. Oleadas de luz, oleadas del tiempo que hace y deshace a un monte o a una ciudad. En los poemas de Pellicer oí hablar por primera vez al mar y su discurso, alternativamente azul y blanco, negro y dorado, todavía retumba en mi cráneo. [1] 

El expediente de Pellicer (“caja 56, fólder 26”) guarda algunos papeles, no muchos, relacionados con su amigo. En una entrega siguiente haré la relación completa. Por lo pronto, me refiero a los más relevantes entre los documentos que contiene. (G.S.)  



1. Un envío de Octavio Paz

 Paz hizo un envío de Nueva Delhi el 25 de junio de 1963. Estaba compuesto por los siguientes documentos:

1.1 Un manuscrito con la primera versión de “Felicidad en Herát” 

Manuscrito en tinta azul de pluma fuente, en cuatro folios, dedicado “A Carlos Pellicer”, cuidadosamente caligrafiado, firmado y fechado en “Herát, a 15 de junio de 1963”. Tiene un post scriptum entre paréntesis que dice: (“está escrito en papel afgano, en el Hotel Parc, en Herát)”. Ésta —que llamaré la “versión Pellicer”—, a diferencia de la versión final —que ya no acentúa Herat—, emplea mayúsculas de verso y presenta algunas variantes que registraré.

     La versión definitiva del poema (11:364) es ésta:

Felicidad en Herat
                         A Carlos Pellicer
Vine aquí
como escribo estas líneas,
sin idea fija:
una mezquita azul y verde,
seis minaretes truncos,
dos o tres tumbas,
memorias de un poeta santo,
los nombres de Timur y su linaje
Encontré al viento de los cien días.
Todas las noches las cubrió de arena,
acosó mi frente, me quemó los párpados.
La madrugada:
                  dispersión de pájaros
y ese rumor de agua entre piedras
que son los pasos campesinos.
(Pero el agua sabía a polvo.)
Murmullos en el llano,
apariciones
               desapariciones,
ocres torbellinos
insubstanciales como mis pensamientos.
Vueltas y vueltas
en un cuarto de hotel o en las colinas:
la tierra un cementerio de camellos
y en mis cavilaciones siempre
los mismos rostros que se desmoronan.
¿El viento, el señor de las ruinas,
es mi único maestro?
Erosiones:
el menos crece más y más.
En la tumba del santo,
hondo en el árbol seco,
clavé un clavo,
no,
como los otros, contra el mal de ojo:
contra mí mismo.
                      (Algo dije:
palabras que se lleva el viento.)
Una tarde pactaron las alturas.
Sin cambiar de lugar
                         caminaron los chopos.
Sol en los azulejos,
                          súbitas primaveras.
En el Jardín de las Señoras
subí a la cúpula turquesa.
Minaretes tatuados de signos:
la escritura cúbica, más allá de la letra,
se volvió transparente.
No tuve la visión sin imágenes,
no vi girar las formas hasta desvanecerse
en claridad inmóvil,
el ser ya sin substancia del sufí.
No bebí plenitud en el vacío
ni vi las treinta y dos señales
del bodisatva cuerpo de diamante.
Vi un cielo azul y todos los azules,
del blanco al verde
todo el abanico de los álamos
y sobre el pino, más aire que pájaro,
el mirlo blanquinegro.
Vi al mundo reposar en sí mismo.
Vi las apariencias.
Y llamé a esa media hora:
Perfección de lo Finito.

Las variantes son las siguientes:

Tierras color camello —y siempre
Los mismos rostros que se desmoronan
El viento, el señor de las ruinas
Es mi único maestro?
(Erosiones:
Es menos el que busca más.) [Versión de Pellicer.]
la tierra un cementerio de camellos
y en mis cavilaciones siempre
los mismos rostros que se desmoronan.
¿El viento, el señor de las ruinas,
es mi único maestro?
Erosiones:
el menos crece más y más. [Versión publicada.]
Al fin pactaron las alturas
No bebí plenitud en el vacío
Ni tuve los cinco poderes del Bodisatva.
Vi un cielo azul y todos los azules,
Del blanco al verde
Todo el abanico de los álamos
Y sobre el pino, más aire que cuerpo,
El mirlo blanquinegro. [Versión de Pellicer.]
No bebí plenitud en el vacío
ni vi las treinta y dos señales
del bodisatva cuerpo de diamante.
Vi un cielo azul y todos los azules,
del blanco al verde
todo el abanico de los álamos
y sobre el pino, más aire que pájaro,
el mirlo blanquinegro. [Versión publicada.]

Paz escribió “Felicidad en Herat” dos semanas después de dejar a su amante, Bona, en el aeropuerto de Kabul, Afganistán (donde Paz era embajador concurrente). Fue una suerte de apuesta a que, luego de la separación —que ya presentía definitiva—,  iba a ser capaz de sobrevivir. Los amantes habían estado viajando durante cuatro meses, de enero a abril de 1963. Al regresar a Nueva Delhi, el 24 de junio, Paz le escribiría a Bona:

Fueron cuatro días de abstinencia... verbal. La cura de silencio en dosis moderadas puede obrar milagros. Cuando llegué, soplaba el viento de los 120 días. El cielo era una enorme mancha amarilla. Fui a la mezquita [...], las ruinas de una fortaleza impresionante, hecha de tierra y pedruscos [...], vi el jardín a  mis pies, de chopos y pinos, y los minaretes, y sobre los pinos, pequeños, blanquinegros, ¡¡al fin los mirlos!! El mirlo de la India que en Herat llaman el Mirlo de Rusia. Durante cerca de media hora fui feliz, y no lo olvidaré nunca. 

Paz agregaría una nota para la edición impresa de Ladera este (11:364) en la que explica algunos conceptos empleados en el poema (11:546-547):

Felicidad en Herat


Herat fue el foco principal del llamado «renacimiento timúrida», que renovó la civilización islámica en Persia y en la India. Shah Rakh, hijo y sucesor de Timur, era gobernador de Herat cuando Clavijo, el embajador español, visitó Samarcanda. (Sobre la atmósfera de Herat: véanse las Memorias de Babur.)

El viento de los cien días: sopla en el verano.

Memorias de un poeta santo: el místico y teólogo sufí Hazrat Khwaja Abdullah Ansar. Un espíritu libre, enemigo de la ortodoxia y también de las supersticiones. Pero ahora, en el jardín que rodea a su tumba, hay un árbol casi seco: los devotos clavan en su tronco clavos de hierro, como un remedio que sirve para prevenir el mal de ojo y curar el dolor de muelas.

La cúpula turquesa: corona el mausoleo de Gahar Shad, la mujer de Shah Rakh. Está en un parque muy visitado cada viernes por las mujeres de Herat.

Bodisatva: un Buda futuro, antes de alcanzar el nirvana. Para el budismo hinayana el ideal de la perfección es el arhat, el sabio que ha conquistado, por la meditación solitaria y el ejemplo del Buda, la beatitud; para los adeptos del budismo mahayana, el ideal es el bodisatva que, movido por una infinita sabiduría (prajña) y una compasión no menos infinita (karuna), ha renunciado al nirvana para ayudar a todos los seres vivos en el camino hacia la iluminación (bodhi). Pero los bodisatvas no son dioses ni tampoco santos, en el sentido cristiano y musulmán de la palabra: son no-entidades, su esencia es la vacuidad (sunyata).

Las treinta y dos señales: según los Sutra mahayana, en el cuerpo de los bodisatvas hay ciertos signos y marcas, generalmente treinta y dos. No obstante, los mismos textos insisten en el carácter ilusorio de esas marcas: lo que distingue al bodisatva de los otros seres es la ausencia de signos...

Cuerpo de diamante: la esencia del Buda es incorruptible como el diamante. El budismo tántrico es la «vía del rayo y del diamante» (vajrayana).   


1.2 Una tarjeta postal con mensaje 

La tarjeta muestra “The 53 metres-high statue of Buddha, Bamyan”. (El lector recordará que esta y otra escultura más pequeña fueron dinamitadas por los talibanes en 2001, por representar un “ídolo”.)

   

The 53 metres-high statue of Buddha, Bamyan

En el reverso, manuscrito, en la misma tinta azul del poema anterior, escribe Paz (respeto el orden original):

Delhi, a 25 de junio de 1963

Querido Carlos:

El valle de Bamyan [2] (con
sus montañas, sus dos Budas, sus celdas-cuevas,
sus chapas y su gente) te habría impresionado…
Aunque en Herát pasaron cosas de menor
trascendencia que las rosas, [3] te envío el poe-
ma, con un abrazo,

Octavio Paz    


2. La respuesta de Pellicer

Se reprodujo en la revista Los Universitarios, publicada por la UNAM, en febrero de 2002, en la página 10:

México, D.F., a 23 de octubre de 1963

Octavio Paz presente siempre,

                             ausencias del
país y pretextos inaceptables han dejado
sin responder tu recado y tu poema.
Mi gratitud por ambos y sobre todo por
tus libros. Estoy releyendo El Arco
y la Lira y encuentro mayores sorpre-
sas que en la primera lectura. Por pri-
mera vez, un gran poeta nuestro —tú—,
lucha públicamente con el Anjel [sic].
—Tu premio internacional [4] lo hemos
celebrado todos —todos— con verdadera
alegría. Estás en el camino del mayor. [5]
Y lo tendrás porque lo mereces.


                       Tu poema me gustó mu-
chísimo: así quiero escribir: intenso y simple.
Bueno, yo creo que la muerte es también la
Perfección de lo Finito. [6]

                        La fotografía que me
enviaste me impresionó mucho. Sí, esas
celdas-cuevas como ombligos dispersos del gigan-
tesco personaje, la arquitectura de erosión
y su soledad intransigente.

                        Bueno, mi admiración por Buda
ha sido siempre bastante desolada.
Entre su actitud triangular y su meta-
física y la del joven carpintero que vi-
vió como gente entre la gente y sus relacio-
nes con pájaros y lirios, lagos y colinas y
viajando como si viajara por el mundo
entero en geografía de una sola mirada,
francamente, me decido por el obrero que
se declaró modestamente Hijo del
Hombre. Entre la higuera [7] y la cruz
la madera es enteramente distinta.

                         Acabo de regresar del
Amazonas. Sus peces más notables tienen
apenas unos cuantos centímetros. Son como
joyas arrojadas al agua por un rencor des-
conocido.

                          La muerte de Remedios
Varo nos ha dolido a muchos. [8]

                           Me regalaron el dinero
—¡cuánta generosidad!— para viajar al
Oriente. Pero complicaciones de trabajo
me lo impiden por ahora. Iré, si Dios per-
mite, el año entrante. —Releo El Arco y
la Lira. —Cuida tu corazón. Naciste para la
belleza y para la inteligencia—, y la Gloria.

               Recibe la admiración de tu pobre
                                            amigo Carlos Pellicer.    


Por último, ¿por qué le dedicaría Paz ese poema a su viejo amigo? No sólo porque está escrito en el mes de junio —al que ambos poetas veneraban— , sino porque “Felicidad en Herat” accede a una revelación que tiene semejanza con la que Pellicer describe en la parte central de su gran poema “Esquemas para una oda tropical” (1932):

Una tarde en Chichén yo estaba en medio
del agua subterránea que un instante
se vuelve cielo. En los muros del pozo
un jardín vertical cerraba el vuelo
de mis ojos. Silencio tras silencio
me anudaron la voz y en cada músculo
sentí mi desnudez hecha de espanto.

Una serpiente, apenas,
desató aquel encanto
y pasó por mi sangre una gran sombra
que ya en el horizonte fue un lucero.
¿Las manos del destino
encendieron la hoguera de mi cuerpo?

Tampoco es una casualidad que ese poema de Pellicer esté dedicado, en 1932, a Jorge Cuesta, quien habría de relevarlo poco después en la —digamos— formación del joven Paz; ni tampoco lo es que en “Esquemas para una oda tropical” aparezcan el Amazonas y el Buda, con todo y su “actitud triangular”:

Un triángulo divino
macera su quietud entre la selva
del Ganges…



[1] En Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano. Volumen 4 de sus Obras completas. (4:69)

[2] Terminó por prevalecer Bamiyan.

[3] Supongo que el lector reconoce ese verso de “Recuerdos de Iza”, de Pellicer.

[4] Se refiere al Premio Internacional de Poesía de Knokke-le-Zoute. Paz lo narra así: “A fines de 1963, recibí un telegrama de Bruselas […]. En aquellos días aquel premio gozaba de prestigio. No era un premio popular; pocos conocían su existencia pero para esos pocos —los únicos que me interesaban de verdad— era, más que una distinción, una suerte de confirmación. Se lo habían concedido a Saint-John Perse, a Ungaretti y a Jorge Guillén. La noticia me conturbó. Desde mi adolescencia escribía poemas y había publicado varios libros pero la poesía había sido siempre, para mí, un culto secreto, oficiado fuera del circuito público. Jamás había obtenido un premio y jamás lo había pedido”. (En Vislumbres de la India, 10:374)

[5] Es decir, el Nobel.

[6] Pellicer cita el final del poema:

Vi al mundo reposar en sí mismo.
Vi las apariencias.
Y llamé a esa media hora:
Perfección de lo Finito.

[7] Se refiere a la ficus religiosa, la gran higuera bajo la que se puso a meditar Siddhartha Gautama antes de ser Buda.

[8] Había muerto unos días antes, el 8 de octubre.


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