Conversaciones y novedades

Salamandra

Gerardo Deniz

Año

2016

Tipología

Conversación

Temas

Lecturas y relecturas: la obra poética

Lustros

1960-1964

 

Juan Almela. Archivo Fondo de Cultura Económica

Tomado de De marras. Prosa reunida, México, Fondo de Cultura Económica, 2016, pp. 433-435.


    

Yo nunca me tengo lástima. Hay, con todo, tres o cuatro episodios de mi vida en que estoy a punto de compadecerme. Quizás el ejemplo más reciente sea al recordarme, hace 15 años, descendiendo sin término por las innumerables columnas de cierta enciclopedia en múltiples tomos. Sólo se esperaba de mí que leyese por encima y que, sin meterme en averiguaciones (peor para mí si lo hacía), anotase en fichas cuanto me saltara a la vista en materia de erratas, errores, afirmaciones sospechosas, incongruencias y demás, encaminado todo a depurar una futura edición (¿habrá existido?). El agradecimiento me impide hacer comentarios acerca de lo que se me pagaba por semejante pesadilla.

Como es natural, cuando acababa una página sin tener nada que observar, me sentía muy desdichado. Como es natural también, aquella extravagante actividad me permitió atrapar al vuelo numerosos datos curiosos, que son los mejores. Comentaré uno. Surgió cualquier noche, al recorrer, concretamente, la página 3361 de la enciclopedia.

El gran poema “Salamandra”, que da título al libro de Octavio Paz donde apareció por vez primera en 1962, es muy bueno. Lástima que aquí no quepa un bonito análisis. Está lleno de alusiones y referencias sabias, a la alquimia, al mito de Xólotl y a la historia natural. De pronto la ortografía se vuelve “Salamandria”, y el lector inculto —si existiera tal ente— supone una errata, olvidando el verso 185 del Polifemo. Poco después de conocer el poema paciano leí un libro, Salamanders and Other Wonders, cuyo autor he olvidado; allí me enteré de la existencia de Paul Kammerer, entre otras cosas, y hallé descripciones de salamandras —la caucásica, la alpina— que me hicieron pensar que Paz, a quien por entonces yo no conocía en persona, había pasado por allí antes de escribir su poema. Cuando, muchos años después, me acordé de preguntárselo, no me respondió ni que sí ni que no, según acostumbraba en tales casos.

El poema “Salamandra” tiene un comienzo inolvidable:

Salamandra
                  (negra
armadura viste el fuego)
calorífero de combustión lenta

Quedémonos con el tercer verso, enigmático y admirable endecasílabo de acentuación tremenda. La salamandra, incandescente pero serena, misteriosa, fuera de su medio sigue calentando, portando calor —“calorífero”—; calor prolongado, medido, reflexivo —“combustión lenta”. Pues bien, como iba diciendo, en la página 3361 de mi Gran diccionario enciclopédico ilustrado entré sin la menor ilusión en el artículo “salamandra”. Primera acepción: “batracio…”; segunda, la salamandra mítica. Tercera acepción: “¡especie de calorífero de combustión lenta!”.

Estos pequeños hallazgos siempre me causan una sensación muy agradable. Ignoro propiamente la causa. Desde luego, lo primero que hice al día siguiente fue confirmar que aquellas palabras no eran originales de la enciclopedia que yo revisaba, sino que procedían, como tantísimas otras definiciones, del diccionario de la Academia, que la mayoría de los demás copian. Paz pudo hallar el calorífero de combustión lenta en mil fuentes lexicográficas, las cuales, por cierto, no le disgustan: el poema que sigue a “Salamandra” lleva, sin ir más lejos, un epígrafe procedente del célebre diccionario de Corominas. (En este diccionario figura, por lo demás, la insólita forma “salamadre”, que se lee en el último renglón del poema paciano, pero que es desconocida para la Academia y para la inmensa mayoría de los diccionarios). A la definición, Paz le cortó tranquilamente el “especie de”, que la trivializaba, enrevesaba y afeaba.

¿Cómo sería el calorífero que nuestros tatarabuelos llamaban salamandra? ¿Quemaba —lentamente— carbón? ¿Lo ponían en un rincón del cuarto? ¿Se colocaba encima o debajo de la cama? Pocas cosas nos importan menos, y es una suerte, pues en ningún lado he conseguido encontrar una ilustración.

Con todo esto, entramos en un característico seudoproblema que, por increíble que resulte, preocupa todavía a mucha gente: ¿qué significan en un autor, en un poeta por ejemplo, las citas literales, a menudo inconfesas? ¿Qué revelan acerca de los quilates morales del escritor?

Existen opiniones de todo género. Hay quien supone, con un candor que desarma, que una cita es señal de admiración incontrolable —a menudo rociada de envidia— del que copia hacia el copiado. Hay quien extrema su reflexión hasta concluir que, si alguien se atreve a hacer algo tan bochornoso, es porque no se le ocurre nada y sólo el plagio le permite salir adelante: Octavio Paz emprendió, irresponsable, un poema sobre la salamandra, sólo para descubrir, después de seis palabras, que no tenía nada que decir. Entonces saqueó las riquezas del diccionario. El año pasado, un buen señor me contaba cómo había puesto en la picota a cierto escritorcillo que tuvo la osadía de fusilarse una página entera de ¡genealogías de Pantagruel! Parecía convencido de que, sin su agudeza erudita, el susodicho escritorzuelo habría engañado —¡engañado!— a todo mundo y ostentaría laureles vilmente arrebatados a maese Alcofribas.

Me apresuré, desde luego, a darle la razón.

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